La bioeconomía, un nuevo modelo para el desarrollo argentino

18 de octubre de 2023

A menudo la creación y el desarrollo de nuevos conceptos es la forma de buscar una mayor comprensión de los desafíos de una época. Fernando Vilella es director del programa de Bioeconomía de la Facultad de Agronomía de la UBA y desde allí promueve una mirada integral sobre un rumbo posible y virtuoso para la producción y el desarrollo argentinos.

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“La bioeconomía es una conceptualización que incorpora lo que habitualmente nombrábamos como agricultura, en algún otro momento se empezó a hablar de agronegocio -como una incorporación desde la generación de insumos hasta el consumidor-, y a esos conceptos les agregamos algo cada vez más trascendente que son el ambiente y la sociedad. Incorporamos las tres patas de la sustentabilidad: la económica, el ambiente y la sociedad”, explica Vilella.

Y luego entra en detalle. Se trata, según explica, de utilizar los sistemas biológicos productivos para producir no solamente alimentos, sino otros productos que hasta hoy vienen de una petroquímica o de la química pesada. Pueden ser bio plásticos, bio insumos, bioenergías, y otras cosas. “Conducir la fotosíntesis de forma tal de producir biomasa, tejidos vegetales o animales, y de estos obtener -dentro de un concepto de economía circular- el mayor valor posible, reemplazando aquellos otros que tienen impactos ambientales sustantivos”, describe.

La principal incorporación que se realiza en este proceso es el conocimiento. Un conocimiento cada vez más sofisticado que proviene de las otras dos grandes ciencias del siglo 21, que son la biología y las tecnologías de la información. Cuando se juntan ambas se generan fenómenos positivos. ¿Cómo se aplica hoy el conocimiento en esa búsqueda de equilibrio entre producción, ambiente y sociedad? Uno de los ejemplos más claros y de mayor potencial es el maíz, un cultivo con infinitas posibilidades de transformación.

Vilella cita el caso de la empresa Las Chilcas, en el norte de Córdoba, donde lograron estructurar un círculo virtuoso en torno al cereal. Como están relativamente lejos del puerto de Rosario, casi un camión de cada tres se los llevaba el costo de transporte. Entonces pusieron una mini destilería de etanol a partir de la fermentación de los almidones del maíz. En el proceso se libera dióxido de carbono que es capturado y se emplea para las bebidas gaseosas y lo que queda después de esa fermentación es un residuo enriquecido en proteínas que se llama burlanda y es muy apto para la alimentación animal. Las Chilcas engorda cerdos con esa burlanda, y todo el estiércol generado por los cerdos es procesado en un biodigestor, de manera que se transforma en energía para la fábrica de etanol y en fertilizante para el maíz.

De esta forma, en Córdoba, en lugar de viajar como grano hasta los puertos a cientos de kilómetros el maíz se transforma en carne, en bioenergía, en fertilizantes, en endulzantes y en muchas otras posibilidades. A eso se llama economía circular y valor agregado en origen.

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“Antes había un productor muy bueno de maíz. Ahora tiene que haber gente que sabe hacer etanol, dióxido de carbono, que cría ganado vacuno, ganado porcino… Además se ahorra energía y se necesita un 25 a 30 por ciento menos de fertilizantes porque hubo retorno en el campo. Eso es economía circular”, sintetiza Vilella, y agrega un punto clave: “Un principio de la bioeconomía, del manejo de la biomasa, es que la logística es compleja. Es caro trasladar las cosas cuando tienen relativamente bajo valor, como el estiércol, la burlanda, y los fertilizantes biológicos. Entonces todo ese proceso tiene que ser realizado in situ, en el lugar donde se produjeron las cosas, y todas las personas que antes no estaban ahora tienen que estar, tienen que trasladarse al lugar de producción y no al revés. Entonces, cuando hablamos de bioeconomía estamos hablando de un proceso de desarrollo territorial, un proceso de desarrollo federal, una desconcentración poblacional, o sea, es un proyecto de un país distinto”.

A este modelo de desarrollo territorial se suman algunas virtudes corriente arriba, es decir, en el mismo proceso de producción de la materia prima. Un estudio presentado recientemente por el INTA reveló que el cereal argentino es el que se produce con un menor impacto ambiental en el mundo. “Tener un maíz con muy baja huella ambiental como la que tenemos es una gran ventaja, porque eso va a trasladarse a todos los productos que hagamos con él. Por eso está entrando etanol de Villa María a Europa, porque tiene muy baja huella. Los pollos de Argentina tienen un tercio de la huella ambiental de un pollo de Reino Unido o de un pollo de Brasil. Entonces, ahí tenemos algo que debería aprovechar la Argentina para tratar de generar una marca país que asocie los productos agroindustriales en nuestro país con sistemas amigables con el ambiente y de bajo impacto ambiental”, concluye Vilella.

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Fernando Vilella es director del programa de Bioeconomía de la Facultad de Agronomía de la UBA y desde allí promueve una mirada integral sobre un rumbo posible y virtuoso para la producción y el desarrollo argentinos.

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